Entre el desinterés y la ignorancia militante ¿A quién le importa aprender?
 
								
				
				Guillermo Jaim Etcheverry 
Escrito por Ahora Educación
25 de September de 2009
En un reciente artículo periodístico, el escritor español Rafael Argullol  comenta el hecho de que algunos de los mejores profesores universitarios de su  país están abandonando la enseñanza. Identifica como una de las principales  causas de esta preocupante situación el desinterés intelectual que advierten en  sus estudiantes. Señala que los profesores no se sienten ofendidos por la  ignorancia, sino por ese desinterés que demuestran sus alumnos. Es decir que no  sólo comprueban que ignoran por completo nociones esenciales, sino que,  fundamentalmente, tal desconocimiento no representa problema alguno para los  jóvenes, quienes, dice, "adiestrados en la impunidad ante la ignorancia, no  creen en el peso favorable que el conocimiento puede aportar a sus futuras  existencias". 
Esta situación no es más que el reflejo de un fenómeno  generalizado: la indiferencia por el saber que muestra la sociedad que esos  jóvenes integran, puesto que hoy se privilegia la utilidad por sobre la verdad.  Señala Argullol: "Tras los ojos ausentes -más somnolientos que soñadores de sus  jóvenes pupilos- los veteranos ilustrados advierten la abulia general de la  sociedad frente a las antiguas promesas de la sabiduría. ¿Para qué preferir el  conocimiento, que es un camino largo y complejo, al utilitarismo de la posesión  inmediata?". Hemos conseguido contagiar a los jóvenes el clima antiilustrado que  caracteriza a nuestra época en la que no se valoran "ni bien ni verdad ni  belleza, las antiguallas ilustradas, sino únicamente uso: la vida es uso de lo  que uno tiene a su alrededor". 
Esa reflexión, que refleja la realidad que se  observa en la sociedad occidental actual, justifica en gran medida la crisis de  significado que atraviesa la educación. Nos encontramos ante la paradoja de una  sociedad que declama la importancia del conocimiento, es más, que se considera a  sí misma "sociedad del conocimiento", pero que no valora ese conocimiento e,  incluso, no pocas veces lo combate activamente en los hechos concretos. Muchos  jóvenes son el espejo de ese clima que prevalece en la sociedad y, más aún,  convierten su desinterés en ignorancia militante, configurando un grupo en  expansión que exhibe ese desprecio sin ocultar un cierto orgullo. Se muestran  heroicamente resistentes a toda influencia que consideren inútil para la  sociedad de uso, hacen gala del hedonismo que ven en sus mayores y, como ellos,  desconfían de todo lo que tenga cierto sabor a antiguo. No alcanzan a advertir  que la tecnología, a cuyo consumo desenfrenado se los impulsa, reconoce su  origen, precisamente, en los fundamentos teóricos que se desarrollaron, con gran  esfuerzo, en respuesta al desafío que plantearon a las generaciones anteriores  aquellos ideales del conocimiento. 
Hace poco, el presidente Barack Obama, de  los Estados Unidos, decidió hablar directamente con los escolares al comenzar el  ciclo lectivo de este año. Desde una escuela media en Arlington, Virginia, se  dirigió por televisión a los alumnos reunidos en todas las escuelas de su país,  actitud que generó un interesante debate en la opinión pública, ya que algunos  grupos creían ver en ella el propósito de adoctrinar a los jóvenes. En un  discurso admirable -que deberían leer las dirigencias de todo el mundo-, les  comentó que se había referido en numerosas ocasiones a la educación. Que había  hablado de la responsabilidad que tienen los maestros en inspirar a sus  estudiantes, alentándolos así a aprender. Que había hecho referencia a la  necesidad de que los padres siguieran de cerca el desempeño de sus hijos,  controlando que realizaran sus tareas y vigilando que no pasaran todas las horas  del día frente a la televisión o a los videojuegos. Que había señalado la  responsabilidad que le cabe al gobierno de establecer estándares elevados y de  apoyar a los maestros y directivos de las escuelas, mejorando la situación de  aquellas que no funcionan adecuadamente y en las que los estudiantes no logran  buenos niveles de aprendizaje. "Pero -dijo- en última instancia, aunque contemos  con los maestros más dedicados, con los padres más dispuestos a apoyar la labor  educativa, con las mejores escuelas del mundo, nada de eso importará a menos que  todos ustedes cumplan con sus responsabilidades, a menos que asistan a esas  escuelas, a menos que presten atención a esos maestros, a menos que escuchen a  sus padres, a sus abuelos, a los demás adultos y, sobre todo, a menos que estén  dispuestos a realizar el duro trabajo que se requiere para alcanzar el éxito.  Cada uno de ustedes es el responsable último de su propia educación."  
Educarse representa una responsabilidad hacia uno mismo porque cada uno  tiene capacidad para algo, cada uno tiene algo para ofrecer. "Y ustedes -señaló  Obama- tienen la responsabilidad para con ustedes mismos de descubrir cuál es  esa capacidad con la que cuentan. Esa es la oportunidad que les proporciona la  educación." Enumeró diversas situaciones: "Pueden ser grandes escritores, pero  no lo sabrán hasta que escriban ese trabajo que les exigen para la clase de  lengua; innovadores o inventores, pero lo descubrirán recién cuando elaboren su  proyecto para la clase de ciencias; dirigentes políticos, pero para eso deberán  estudiar el gobierno e incorporarse a los grupos de debate. Para cualquier tarea  que quieran emprender necesitarán una buena educación? Nadie deja la escuela y  simplemente aterriza en un buen trabajo. Para eso necesitarán entrenarse,  trabajar y aprender". 
Destacó como idea central el hecho de que, además de  esa responsabilidad personal, lo que hagan los jóvenes con su educación decidirá  el destino de la sociedad en la que viven. "El futuro de los Estados Unidos  depende de cada uno de ustedes -señaló el presidente-, porque lo que aprendan  hoy en la escuela determinará si nosotros, como nación, podremos hacer frente a  los grandes desafíos del futuro? Necesitamos que cada uno de ustedes desarrolle  sus talentos, sus habilidades y su intelecto de modo que puedan ayudarnos a los  mayores a resolver nuestros problemas más complejos. Si no lo hacen, no sólo se  abandonarán a ustedes mismos, sino que estarán abandonando a su país." 
"La  posición en la que ahora se encuentren -dijo- no tiene por qué determinar qué  lugar ocuparán en la sociedad. Nadie ha escrito el destino por ustedes, porque  aquí ustedes escriben su propio destino. Ustedes construyen su propio futuro." Y  apoyó esta afirmación con un emocionado relato de las dificultades que enfrentó  en su propia vida, mencionando los apoyos con los que contó para concretar su  sueño y así asistir a las mejores escuelas de su país. En fin, instó a los  jóvenes a asumir la responsabilidad por sus propias vidas, a fijarse objetivos  para su educación, a comprometerse y trabajar en serio para alcanzarlos,  recurriendo a quienes pueden prestarles ayuda. 
La preocupación que expresa  Obama es la misma que, de otra manera y en una sociedad diferente, planteaba  Argullol: la imperiosa necesidad de poner de manifiesto el interés por educarse,  de asumir las responsabilidades personales. En los niños y jóvenes en edad  escolar ésta se manifiesta en la demostración del interés por aprender. Si  quienes se acercan a las instituciones educativas lo hacen carentes de ese  interés, todo lo demás será inútil. 
Por eso, la tarea que hoy enfrentamos es  titánica, pues consiste nada menos que en recrear en los jóvenes ese interés por  el trabajo de educarse, en transmitirles la dimensión de su responsabilidad para  con ellos mismos y para con la sociedad que integran. 
Padres y maestros  deberían renovar su alianza para emprender la reconstrucción del interés de sus  hijos y sus alumnos por el conocimiento y así emprender la tarea de hacerse  humanos. Si esto no se logra, si a las escuelas no asisten alumnos sino clientes  o espectadores en busca de entretenimiento, los planes de estudio, las aulas,  las computadoras, los libros, carecerán de toda significación. Los niños y los  jóvenes dejarán las escuelas habiendo desaprovechado la oportunidad única que  les brinda la educación para descubrir y desarrollar sus capacidades. Además, la  sociedad en la que vivirán, integrada por ignorantes, jamás llegará a ser la tan  declamada pero aún tan lejana "sociedad del conocimiento". 
 
       
		
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