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Biblioteca y Aula

La muerte del libro

Por Rafael Iglesias (*)

Con la irrupción de las distintas tecnologías algunas cosas se ganan y otras se pierden. La aparición de la escritura determinó la pérdida de la memoria como sostén de la palabra, pérdida muy lamentada por los socráticos. Mucho más tarde, la narración oral -apreciada especialmente en los talleres de los artesanos medievales como único medio no sólo de distracción para el trabajo monótono, sino para conocer noticias sobre parajes y pueblos extraños- depone su preeminencia ante la aparición del libro gracias a la imprenta. Un tiempo después, la lectura -que se realizaba en voz alta- se vuelve silenciosa y la escritura, liberada ya de su sujeción respecto de la transmisión oral prestará más atención a su propia materialidad física y silente. Hoy lo que parece estar en peligro es el predominio del texto impreso. Quizás no desaparezca por completo, pero ya no será el primer actor de la escena, a lo sumo su rol será el del mayordomo que en lo mejor de la historia impecablemente interrumpe para avisar que la cena está servida. Un libro: tan sólo papeles irrelevantes.

Con las nuevas tecnologías el sustantivo libro pierde protagonismo, en tanto sobrevive el verbo leer. Esto, sin duda, no dejará de producir en nuestro hacer impensadas mutaciones. Cada vez está más cerca el día en que tengamos que preguntarnos qué hacer y para qué.

Me refiero a que cuando la arquitectura casificaba (de casa) un medio diverso para mundalizarlo (es decir, hasta hace poco tiempo), el espacio del libro, su ámbito específico, era la biblioteca. Al parecer, en este momento el libro y la biblioteca están en pleno divorcio, como tantas parejas. El libro abandona su casa para integrarse a la red multimedia y, como de costumbre, se va de la mano de alguien más joven: la informática. No habitarán bajo el mismo techo, pero siempre podrán salir juntos por la pantalla. Si la biblioteca pierde su anclaje espacial desaparece como visibilidad, como espectáculo. Esto supone la transformación en flujos de uno de los espacios propios de la arquitectura simbólica, con lo cual es claro que nuestro hacer se deshace. La arquitectura pierde materialidad, se deshumaniza y pasa a ser un animal en extinción, del que sólo quedará su osamenta.

El libro ya no pasa los días y las noches en la biblioteca, y ésta parece no tener medios para evitar que aquél pernocte en otro sitio y deje su lecho vacío. Y aunque no se sabe bien qué va a hacer, está viendo cómo reedificar su vida. Por lo pronto, se reciclará asumiendo su nuevo estado como lo hacen quienes pasan por estas circunstancias.

Ante esta situación, el editor se convierte en un agente comercial, el bibliotecario en un especialista en programas de computación, las librerías en bares temáticos, museos o lo que mande el mercado. El libro como tal tiende a desaparecer, ya no se lo ve por los lugares que solía frecuentar. Sin la biblioteca como su espacio propio, será más fácil encontrarlo en algún sitio sin muros ni fronteras, donde se lo localizará de un modo distinto, tal vez más eficaz, gracias a los buscadores.

Así como se presentan las cosas, no es extraño que existan estados como el de California que hayan decidido no construir más bibliotecas universitarias destinando estos recursos a la creación de bibliotecas virtuales. Sin el libro como objeto, los espacios físicos que lo contienen pierden su razón de ser.

Habrá quien se escandalice pero, al fin y al cabo, en un principio y por mucho tiempo la información se transmitió a través de imágenes. Puede decirse que el único siglo "textual" por excelencia fue el siglo XX, donde la mayor parte de la población mundial aprendió a leer y escribir. Frecuentemente escuchamos que vamos hacia una cultura de imágenes; de ser así, en todo caso estamos volviendo.

Con la muerte de la biblioteca se ve claramente este desandar, ya que la primera "biblioteca" tampoco ocupaba lugar: residía en la memoria humana. Seguramente de allí viene eso de el saber no ocupa lugar. Como no lo ocupará en el futuro, ya que los textos virtuales estarán atrapados en una red infinita de conexiones, habitarán en la memoria de una PC. Aún falta ajustar el diseño de un soporte que supere la practicidad de la estructura del texto encuadernado.

Para ir más lejos respecto del tema de la separación del libro y la biblioteca, se me ocurre que aquí no habrá repartición de bienes ni de derechos de autor. Y puesto que las bibliotecas y los libros perderán su valor como espacio y como entidad, no habrá segundas ediciones y su reproducción carecerá de sentido o atentará contra la unidad del único libro que habitará en la inútil, infinita y des(t)echada biblioteca. La figura del autor -tan publicitada durante la modernidad- volverá a ser lo que fue, por ejemplo, durante la Edad Media: un dato sin importancia que obliga a historiadores y estudiosos a atribuir la copiosa iconografía religiosa y las historias que provienen de esa época a autores anónimos. Víctor Hugo pensó que la arquitectura desaparecería a manos de los libros, porque ésta era un modo inferior de comunicación respecto de ellos. En su momento sentenció: "Los libros matarán edificios". Y si bien esto no ocurrió así, la biblioteca, como edificio y los libros como "ladrillos", tendrán un final común: morirán deshechos en alguna de las bandas anchas de las carreteras informáticas.

Desaparecido el libro e inutilizada la imprenta, el rol de la arquitectura para techar y ser el soporte de las distintas actividades del hombre tiende a minimizarse. Si el destino para muchas de las cosas que hasta ahora componen nuestro mundo es su virtualización, el libro es sólo el primero es perder sus razones de peso. Es el peso el que pierde sus razones. Habría que hacer una lista con las herramientas que han ido desapareciendo en nuestro diario quehacer: nos sorprendería. Algo muy similar nos ocurriría si lo pensamos a nivel social. Porque más allá de estas vanas presunciones, creo que lo verdaderamente preocupante es la pérdida del concepto de lugar como espacio de encuentro social indispensable en la construcción del individuo. Una desaparición que habrá que afrontar más que lamentar.

Habrá que pensar qué hacemos con las cosas que se deshacen, que caen en desuso, ya sean libros, edificios y muchas de las invenciones que nos legó la modernidad: escuelas, circulaciones, ciudades (y demás recintos y sus destinatarios), obreros, políticos, sindicatos, ciudadanos y todos aquellos deberes y derechos que propician una igualdad social y el respeto por la diversidad. Nos referimos a las consecuencias de aquella primera declaración de los principios de libertad, igualdad y fraternidad, declaración que inició la gran aventura que nos trajo hasta aquí. Este es el tema "urbano" a tratar: la irrupción de las nuevas tecnologías y sus consecuencias espaciales. Y no si un edificio es más alto que otro, o cuál vieja casa hay que dejar en pie o, si a un pasado prostibulario hay que transformarlo en patrimonio o matrimonio. Porque todo esto, en comparación es sólo un entretenimiento.

(*) Arquitecto
http://www.lacapital.com.ar/2007/03/27/opinion/noticia_376551.shtml  27/03/07

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