Blogia
Biblioteca y Aula

La maestra de las maravillas

 Leticia Cossettini y sus alumnos relatan la experiencia pedagógica del

Coro de los Niños Pájaros realizada en Rosario,. Argentina en los años 40 del siglo XX...

A mediados de los años 30, Leticia Cossettini impulsó, junto a su hermana Olga, una de las experiencias pedagógicas más interesantes de nuestro país. A sus 100 lúcidos años, Leticia evoca aquella aventura en las aulas de Rosario donde la docencia era inseparable del arte.
"De pronto una descubre que lo que hizo alguna vez, habla, dice". Con estas palabras, pronunciadas desde el umbral de su casa, Leticia nos despidió emocionada. Un grabador indiscreto, todavía encendido, hizo posible que nos quedáramos con ellas.
Durante los meses de mayo y junio de este año las visitas a la casa de la calle Chiclana, en Rosario, se hicieron mucho más frecuentes. ¿El motivo? El 19 de mayo Leticia cumplió cien años. Que una escuela festeje su centenario, si bien es un hecho para aplaudir, no resulta sorprendente: bronces y mármoles se han inventado para resistir el paso del tiempo. Pero que una maestra cumpla un siglo, en verdad escapa de lo habitual. Si a esto le sumamos que la maestra en cuestión es la menor de las Cossettini, Leticia, quien junto con su hermana Olga llevó adelante una de las experiencias pedagógicas renovadoras más interesantes de nuestro país, el júbilo será todavía mayor.
Leticia tiene el pelo blanco, finito, y lleva rodete. Sus ojos algo achinados dan la impresión de haber quedado así luego de tanto sonreír. Al no usar anteojos, la emoción que transmite su mirada es sin mediaciones. Leticia habla pausado, pero la lentitud de su pronunciación no parece venir de la mano de sus largos años de vida, sino del placer que sienten aquellos que gustan de las palabras. "El secreto de la lengua está en la melodía que dan las palabras, no son palabras sueltas, insignificantes", dice. Leticia frasea, pinta, entona, juega, inventa con las palabras que, con meticuloso cuidado, selecciona. "El lenguaje es así una transformación bellísima del oído, de la lengua, de la mirada, que atrae a los seres más sutiles".
Con estilo inconfundible, la señorita Leticia sortea las clásicas preguntas sobre la experiencia de la escuela Carrasco para hablarnos, sencillamente, de lo que tiene ganas. Con sutileza, además, nos invita a escucharla: "Cuando el hombre escucha, es capaz de tomar la lengua y dejarla que se exprese, que vuele, que hable; es un bello ejercicio". Leticia nos pide que la acompañemos en un viaje por sus recuerdos, pero antes de relatarles algunas de las escalas del ensoñador periplo queremos contarles lo que ella no dijo: quién es Leticia Cossettini y por qué su cumpleaños número cien fue recibido con tanta alegría.

AULAS DE PUERTAS ABIERTAS

Leticia formó parte del equipo de maestras de la escuela Dr. Gabriel Carrasco durante los 15 años que duró la gestión de Olga. Corría 1935 cuando Olga Cossettini fue designada directora de la Carrasco, una escuela pública de la santafesina ciudad de Rosario. A partir de una ajustada mezcla de intuición, pero también de estudio e investigación sistemática, constancia y trabajo, Olga Cossettini y su plantel docente sostuvieron hasta 1950 una de las experiencias pedagógicas más interesantes en la Argentina de la primera mitad del siglo XX. Su adhesión explícita a los postulados del movimiento educativo de alcance internacional conocido como escuela nueva o escuela activa motivó que las autoridades estatales declararan a este establecimiento como experimental.
A la escuela de jornada simple, ubicada en el barrio Alberdi -un barrio de casas bajas, cercano al río Paraná-, asistía una población diversa: hijos e hijas de pescadores y obreros, de comerciantes de clase media y de familias acomodadas de la zona. Sin dar la espalda a los programas oficiales y con muchos alumnos que trabajaban fuera del horario escolar repartiendo pan, como lecheros o canillitas, la Carrasco sufrió una verdadera transformación: "No se trataba de cambios de horarios y de programas; era una reforma profunda de la vida de la escuela que, con espíritu nuevo, iba a abrir de par en par las puertas de las aulas a la vida", escribió Olga en uno de sus textos que lleva por título Sobre un ensayo de Escuela Serena en la provincia de Santa Fe.
Leticia, además de acompañar a su hermana de manera incondicional, le imprimió a la cotidianidad de la escuela su sello particular: el de una mujer que al mismo tiempo que maestra era artista. El Coro de Niños Pájaros, el Teatro de Niños y el de Títeres, la danza, así como los conciertos fonoeléctricos quincenales donde sonaban Mozart o Schubert y esas ilustraciones en acuarela que desbordaban desprejuiciadamente los márgenes y renglones de los cuadernos de clase, tenían la impronta inconfundible de la señorita Leticia. En la escuela Carrasco no había "hora de" dibujo, artes plásticas o expresión corporal; la educación estética era parte nodal de la formación de los niños. Las asignaturas perdían sus contornos y tanto la biología como la geografía podían invitar a recurrir al pincel o a la poesía. En la base de esta manera de concebir el currículum estaba la convicción de que la escuela debía ensanchar la capacidad del niño de imaginar, de crear, de expresarse y de elegir en qué lenguaje hacerlo.
Pero la fisonomía de esa escuela no solo se destacaba por su costado artístico. Además del intenso trabajo en el laboratorio, el estudio en la biblioteca y las excursiones diarias, se realizaban las llamadas Misiones de Divulgación Cultural que consistían en sacar la escuela a la calle, contactándola con el barrio y su gente. Muchas de las actividades escolares eran organizadas por los alumnos desde el Centro Estudiantil Cooperativo que, entre otras cosas, editaba una revista: La voz de la escuela.

LETICIA MAESTRA

"Traigo un bello origen, vengo de una larga familia de maestros. Mi padre era un maestro italiano residente en la Argentina", dice Leticia explicando un poco cómo nació su pasión por la docencia. ¿Y dónde estudió para ser maestra? Con sabiduría, Leticia construye una respuesta que trasciende ampliamente la pregunta, y antes de circunscribir el relato a sus años mozos de formación en la Escuela Normal Domingo de Oro, de Rafaela -donde en 1921 se recibió de maestra-, contesta: "Mis maestros no fueron los sabios, mis maestros fueron la gente que tiene una sensibilidad encantadora para transmitir no solo el pensamiento sino lo otro, lo que está detrás de la idea. Eso para mí cuenta muchísimo, por la gracia del pensamiento, por la alegría de encontrarse".
Leticia quiere hoy hablar de gente que se encuentra en las palabras, pero también en las ideas, en el pensamiento. Varias personalidades de renombre visitaron por aquel entonces la escuela Carrasco y Leticia es atraída por el recuerdo de dos de ellos: Juan Ramón Jiménez y Gabriela Mistral. "Juan Ramón Jiménez estuvo en la escuela en dos circunstancias. Fueron encuentros felices, había un enlace afectuoso de la lengua pero también de las ideas. Era un ser espléndido, con ese don de gentes que tienen ciertas personas que transmiten la gracia del idioma". Comenta Leticia que, para recibir a Juan Ramón Jiménez, los chicos representaron con títeres algunas de las escenas de Platero y yo. Al recordar a la chilena Gabriela Mistral, Leticia dice: "Gabriela entraba con un aire desprejuiciado, abierto, lleno de encanto. Era sencillamente delicioso un encuentro como ese".

LETICIA ARTISTA

Leticia necesita un breve recreo y salimos a conocer su jardín. Al regresar, el elogio de las figuras de chala y corteza que pueblan su living le da un nuevo rumbo a la conversación. "A mí siempre me gustó, desde pequeña, descubrir las formas de las cosas. Cuando empecé a hacer esos trabajos me parecían tan extrañas las figuras, pero sin embargo empezaron a andar, a moverse, y resultan curiosas. Todas las figuras de chala, todas las de corteza son diferentes en la estructura, tienen un ritmo completamente diferente; después viene el despojo de las formas". De pronto, Leticia se detiene frente a una de las figuras, la toma entre sus manos y dice: "Yo las hago y después las dejo que anden, cada una tiene su ritmo y eso es muy hermoso. Las figuras se escapan de las formas, van hacia otro sendero. Cada uno brilla con los ojos que tiene". ¿Metáfora de lo que significa enseñar, esto es, contribuir a dar forma a alguien para que después ese alguien siga a su propio ritmo, brille con su luz, se escape de la forma preestablecida? Una de nosotras se anima a preguntar, despacito, si acaso esa reflexión puede trasladarse a la enseñanza. Leticia no contesta, el interrogante queda flotando en el aire.

EL CIERRE DE LA ESCUELA

En 1950, Olga Cossettini fue exonerada de su cargo. Es sabido que fueron las discrepancias políticas e ideológicas con el Gobierno las que desencadenaron este desenlace. En realidad, las medidas oficiales contra la directora de la escuela Carrasco comenzaron un tiempo antes y se señala a Leopoldo Marechal -el conocido escritor entonces presidente del Consejo General de Educación de la provincia de Santa Fe- como el responsable de firmar el primero de una serie de decretos que conducirían al cese definitivo de la experiencia. El episodio muestra que las palabras y los escritos muchas veces pueden formar figuras expulsoras y furiosas. Quizás de eso también esté hablando Leticia al insistir con que las palabras deben usarse para el encuentro y el enlace.
La partida de las Cossettini fue vivida con congoja por los alumnos de la escuela, quienes a través de cartas, composiciones y hasta carteles de protesta manifestaron su enojo y su tristeza. Norma, de 12 años, alumna de 6º grado, escribió el 18 de noviembre de 1950 una redacción que lleva por título Recuerdo y dice así: "Me entristezco al pensar en aquellas alegres excursiones que hacíamos con mis compañeros y la señorita Leticia los días que acariciaba el sol. Esos finos y bulliciosos cantos que entonábamos para embellecer el paseo admirando los arroyos, las erguidas espigas, las delicadas margaritas silvestres con que tropiezo en el camino polvoriento. Bajar escaleras, correr bajo los sauces que mecen sus cabellos finos reflejados en una laguna dormida; pisotear el yuyo dejando atrás las huellas de la alegría. Todo esto ya no lo haré más y no iré a recorrer esos lugares del brazo cariñoso de la señorita Leticia y mis compañeras".
Estos días en que Leticia Cossettini cumple cien años son una buena ocasión para reparar esta injusticia y saludar en este mismo gesto a los maestros y maestras que confían en las posibilidades de la educación, en la importancia de la libertad y de la creación en la transmisión de la cultura. Es cierto: lo que ella hizo en la escuela Carrasco hace ya más de 50 años sigue hablando. Nos alegra saber que todavía tiene mucho por decir.

Ana Laura Abramowski para El Monitor

0 comentarios